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La encomienda templaria de Monzón

A la muerte del primer maestre del Temple, Hugo de Payns, en 1136, la orden se había extendido por toda Europa: las donaciones se multiplicaban, las encomiendas florecían y su poder crecía a pasos agigantados.
La entrada de la Orden del Temple en el reino de Aragón y los condados catalanes hemos de situarla a inicios de la década de los treinta del siglo XII. En el año 1131, antes de su muerte, el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, ingresaba en la orden y les concedía el castillo fronterizo de Granyera de Segarra. En 1132 sería Ermengol IV de Urgell quien les concedería el castillo de Barberá. Pero el hito fundamental fue el testamento redactado en Bayona en 1131 por Alfonso I el Batallador, en el que legaba el reino de Aragón, a partes iguales, a las órdenes religiosas del Temple, del Hospital de San Juan de Jerusalem y del Santo Sepulcro. En 1135, García Ramírez, rey de Navarra, donaría al Temple lo que sería más adelante la primera encomienda templaria en Aragón: Novillas.

Tras la ayuda que diez caballeros templarios prestaron al conde de Barcelona y princeps de Aragón, Ramón Berenguer IV, en 1149 en la conquista de Lérida y Fraga, la Orden del Temple ocuparía numerosos feudos en Aragón y Cataluña; territorios ricos y florecientes. Asimismo, el comites barchinonensis haría también entrega a los templarios de otros privilegios, como el diezmo de todas las rentas del reino, mil sueldos anuales en Zaragoza y Huesca, y un quinto del botín de las cabalgadas, algo que el papa ratificaría tiempo después. Sin lugar a dudas, estas concesiones se hicieron para resarcir a la orden por haber renunciado al testamento de Alfonso I el Batallador. Entre las donaciones del conde de Barcelona se incluían los castillos de Monzón, de Mongay (o Montegaudio, también en Monzón) y de Chalamera; se constituía de ese modo la encomienda templaria de Monzón.

Desde el año 1149 tenemos a la Orden del Temple organizando lo que en las décadas posteriores se convertiría en la encomienda templaria más próspera de la Corona de Aragón. A partir de 1192 la encomienda de Monzón queda totalmente formada en las tierras del Cinca. La componían veintiocho iglesias con sus distintos lugares. A saber: Iglesia de San Juan (Monzón), Crespán (Fonz), Cofita, Ariéstolas, Castellón Ceboller (Castejón del Puente), Pomar, Estiche, Santalecina, Larroya (Santalecina), Castellflorite, Alcolea, Castaillén (Castellflorite), Sena, Sijena, Ontiñena, Torre de Cornelios (Alcolea), Chalamera, Ballobar, Ficena (Belver), Calavera (Belver), Casasnovas (Binaced), Valcarca, Ripol, Alfántega, San Esteban de Litera, Almunia de San Juan, Binahut (Castejón del Puente), Morilla y Monesma. Los templarios ejercían la jurisdicción civil, criminal y religiosa en tales territorios. Junto a las poblaciones arriba mencionadas, se sabe que la orden disponía de una red de explotaciones ganaderas distribuida por las partidas de la Armentera (Monzón), el Cascallar (Monzón), Benahut (Castejón del Puente), Torregrosa, Valonga, Alfages, Coscollola, Serralada, Conill y Casasnovas.

A la cabeza de la encomienda se situaba el comendador, que tenía su sede en el castillo de Monzón. Era asistido por el resto de frares, que constituían el cabildo templario; entre ellos estaban los caballeros, los sargentos, los capellanes y los donados. Para la gestión de la encomienda, el comendador de Monzón se apoyaba en otros subcomendadores alternos que operaban en La Litera, La Ribera (del Cinca), Cofita y Chalamera. La ciudad de Monzón disponía de almudín, justicia (alcalde), bayle (administrador) y adenantati (concejales), todos ellos nombrados por el comendador.

La actividad económica resultaría, a la sazón, el poder más sobresaliente de los templarios. Favorecidos por las disposiciones reales y papales, los templarios amasaron verdaderos imperios en pocas décadas. En el armazón económico que sostenía a la orden, hay que destacar las múltiples donaciones de reyes y nobles, pero también de personas de escaso nivel adquisitivo. Sus ingresos fundamentales venían a través de las rentas, limosnas y legados piadosos. Eran dueños de propiedades básicas de producción como hornos, molinos, acequias, almazaras, lagares, etc., lo que les erigía como los verdaderos señores feudales de todo un territorio. Asimismo, los diezmos y primicias de las iglesias que administraban también les reportaban pingües beneficios. Y junto a todo esto, llevaron a cabo el sistema de permutas de bienes. Las posesiones de las encomiendas se administraban por medio de los denominados censos enfitéuticos, mediante los cuales los templarios cedían un bien en concepto de feudo a sus vasallos para que lo mantuvieran y/o lo mejoraran.

DARÍO ESPAÑOL SOLANA
Miembro de la Sociedad Española de Estudios Medievales

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Propiedad de las fotografías: Ayto. de Monzón, Carlos Orteu, Jesús Ginestra, Lúa Media.